He heredado de mi madre el don de predecir las tormentas. He aprendido a observarlas en su estado incipiente cuando recortan apenas el horizonte. Las veo crecer, cambiar de formas. Adivino en los colores lo que se avecina: las nubes azules, frío; las blancas, piedra; las grises azuladas, agua, las tumultuosas y grisáceas, viento y agua; las tumultuosas y blanquecinas, viento y piedra. Las que llegan vienen del sudeste. Las del Sur no llegan a Mercedes, al decir de sus habitantes, las "levanta el río", salvo que sean muy grandes y propicie el viento caliente del norte, y ahí sí, "agarrate Catalina que vamos a cabalgar". Son raras, se llevan la ropa de las sogas, las palanganas o los baldes plásticos de los vecinos, arrastran carteles, destruyen plantas y derriban árboles. Nunca pasan desapercibidas y como no son frecuentes, inexplicablemente, la gente confía en la acción poderosa del río, y siempre la toman desprevenida. Luego se quejarán por los daños producidos, recogerán parvas de hojas, los vidrieros trabajarán noche y día, los plomeros destaparán desagües y será el tema de conversación de las mujeres en la peluquería. Todo eso, durante días. Aún no logro comprender la necesidad de la anécdota personal, o ¿es verdad que la desgracia ajena consuela la propia?
A pesar de esto las tormentas ejercen sobre mí una fascinación extraña, cuando todos huyen, ellas me tientan, me conmociono cuando quedo en el ojo de la tormenta, asisto encantada a la ceremonia, consagro mi piel a las primeras gotas, y huelo más allá de la explicación de los gases químicos liberados; encuentro en el agua o en la piedra mi desnudez dondequiera que se origine.
A pesar de esto las tormentas ejercen sobre mí una fascinación extraña, cuando todos huyen, ellas me tientan, me conmociono cuando quedo en el ojo de la tormenta, asisto encantada a la ceremonia, consagro mi piel a las primeras gotas, y huelo más allá de la explicación de los gases químicos liberados; encuentro en el agua o en la piedra mi desnudez dondequiera que se origine.
4 comentarios:
Una bonita anécdota personal, madre, con tu cálido toque literario. O quizás al revés... Besos.
Ahora que volví a Mercedes y miro para afuera y veo que se está nublando, de a poco.. y estoy leyendo precisamente este texto...
Bellas palabras las suyas, señora. Déjole un ósculo. Reciba usted mis respetos.
Foto mía. ¿Se nota que el cielo me fascina?
Es mi primera incursión por tu blog, no estoy seguro, tal es mi vorágine incesante de entrar y salir sin cerrar puertas, cada vez que puedo. Sigo leyendo y escuchando la música que también me gusta, me sorprendió ver en tus favoritos a la reina del blue, Janis, de esa época fabulosa y triste donde voló.
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